Todos los bienes del país, públicos o privados, están disponibles para que los adquiera, plata en mano, el mejor postor.
César Samudio
ABOGADO Y PERIODISTA
LA HISTORIA DE la humanidad discurre en términos contradictorios: conquista y reconquista, ilustración y desilustración, rebeldes y malinches, héroes y villanos, estadistas y vendepatrias, avances y retrocesos, justicias e injusticias y de clase y desclase. El hombre es, por así decirlo, el único animal que se considera exitoso cuando abate a su misma especie o cuando revive para infortunio de su clase humillaciones o injusticias que florecían, como moneda de curso forzoso, en épocas barbarizas y remotas. La afirmación de que el hombre es un animal político constituye una ofensa a los animales: el hombre es el único ser que llama política a sus propios crímenes, incluso cuando perpetra dichos crímenes en perjuicio de su país o del legado material/espiritual de sus antepasados.
Los entes pensantes nunca han dejado de asquearse enseñando historia porque la historia es armadura inmutable de toda clase de mentiras e injusticias (historiadore, ¡traidore!). Y las fronteras que caminan o que aparecen o desaparecen son un buen ejemplo de ello. Omar Torrijos, en una época de moralidad incipiente, nos arrastró a una lucha nacionalista que alcanzó su cenit en la demolición de la "quinta frontera" y la expulsión de los ocupantes sajones de la ex Zona del Canal. "Yo no quiero entrar en la historia; yo quiero entrar a la Zona del Canal". Y se estableció allí su última morada. Pero no hay maneras de saber si para el general Torrijos constituye un reconocimiento o una ofensa que sus restos descansen en el mismo lugar donde alguna vez advirtiera que nada ganábamos los panameños cambiando a un amo blanco por otro chocolate o donde actualmente sus herederos políticos se dedican a levantar los símbolos de la opresión o a vender/destruir aquellos emblemas (como el cerro Ancón) de nuestras luchas nacionalistas para involucionar la historia patria hacia una nueva reventa o colonización del país.
Se sabe que toda colonización o conquista se apoya en pretextos. Pero los pretextos nada tienen que ver con la realidad. Para entender un pretexto, a nivel nacional o internacional, inviértase el contenido de dicho pretexto. Cuando se hable de transparencia, entiéndase corrupción; Consejo de Indias cuando se diga justicia; seguridad jurídica como protección de actos ilícitos. Pero, sobre todo, cuando este gobierno hable -hace rato que lo está haciendo- de desarrollo económico, inversiones turísticas o de generar fuentes de trabajo esto no puede significar otra cosa que las fronteras han desparecido, que el país ha sido reconquistado y que está siendo revendido a sus viejos dueños para que en menos de lo que se persigne un ñato los panameños volvamos a convertirnos en parias en nuestra propia tierra porque todos los bienes del país, públicos o privados, están disponibles para que los adquiera, plata en mano, el mejor postor.
En nombre del progreso, los habitantes nativos de la isla de Manhattan vendieron esta posesión a los holandeses por el equivalente a veinte dólares en chucherías; hoy sus descendientes escarban en los vertederos de las grandes metrópolis buscando, sin éxito, los tesoros prometidos. Y como la conquista de una nación por otra nación o el sometimiento de unos hombres por otros hombres es un fenómeno ininterrumpido, imposible sin la complicidad doméstica, hoy día observamos angustiados que Panamá se halla asediada por aquellas circunstancias vergonzosas e ilusorias que hicieron posible que los indígenas americanos, en nombre del progreso, terminaran convertidos en parias en sus propios territorios.
El problema es que nadie dice vengo a matarte o vengo a robarte. Todos dicen: vengo a ayudarte o vengo a salvarte (del terrorismo, la pobreza o de lo que sea). Con el pretexto del libre comercio, promocionar el turismo o de generar fuentes de empleo, el actual gobierno ha derribado las fronteras nacionales y ha convertido al país en un tarta apetecida para los turistas extranjeros, los capitales del narcotráfico y básicamente para los megaproyectos (como la ampliación del Canal) que impulsan nacionales y extranjeros para seguir lucrando egoístamente la posición geográfica del país. En síntesis: una vulgar reventa del Istmo.
El arzobispo sudafricano Desmond Tutu describió con la siguiente parábola este mismo fenómeno: "Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia". Parafraseando a Tutu, nuestros hijos podrían resumir así los efectos del actual desarrollo malinchista promovido por patria nueva: "Vinieron. Ellos tenían la plata y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y vendan'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros no teníamos ni plata ni tierra ni esperanza ni nada".
samudio@cwpanama.net
Fuente: Opinión --El Panamá América, 12 de enero de 2005
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