La Calzada de Amador es el ejemplo de lo que no debe ser el desarrollo en Panamá. Ni los millonarios estudios ni los planes para la zona ni la extinta ARI... nadie ha evitado que este complejo único de islas en la ciudad se haya convertido en un rompecabezas urbanístico, en una trampa para los ciudadanos que se atreven a entrar en el tubo vehicular, en un atentado contra el medio ambiente y en una galería arquitectónica de dudosa calidad.
La penúltima locura es arrasar con el poco verde que queda y en contravía de toda norma razonable. Las inversiones son bienvenidas y el desarrollo inmobiliario es positivo, pero el principal atractivo de Panamá es su ya frágil equilibrio natural y acabar con él no es una buena inversión a futuro.
Mucha atención, porque si el desastre ha ocurrido frente a nuestras narices... ¿qué puede ocurrir en remotas áreas costeras y montañosas del país?
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Hoy por Hoy de La Prensa, 23 de febrero de 2006
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